jueves, 31 de mayo de 2007

Diario de un degenerado I

Lo primero que me viene a la memoria de aquel día es que me levanté con el pie del medio. La erección que llevaba era descomunal y decidí solventar el problema dándome una ducha rápida y tibia. Al cabo de 5 minutos me senté y acabé el proceso de descomposición de la cena del día anterior, me enjuagué el culo con papel de periódico, como a mi me gusta. Para quien no lo sepa, el periódico tiene una textura rugosa que deja inerte todo virus que pueda habitar en mi culo y, a parte, me sienta bien ver leer las mentiras que escriben mientras veo la cara de algún político llena de mierda. Me vestí, cosa rara en mi, pues mi gran éxito con las mujeres me obliga a permanecer desnudo unas 10 horas al día. Pantalones, camiseta , calcetines y zapatos. Nada de calzoncillos. Una vez me había explicado un iluminado que la parte más importante del cuerpo es el sexo y ha de permanecer libre si queremos llevar una vida saludable, además como el mío seguía pareciendo el tronco de un pino, no había Dios inventado que pudiera meterlo en unos calzoncillos minúsculos. Poco más tarde salté por la ventana y aparecí en un coche verde. Era mi coche, lo especial de mi coche es que no se puede conducir sin zapatos, la última vez que lo hice estuve un mes intentando quitarle el mal olor. Nadie es perfecto. No me gusta correr entre semana, normalmente atravieso toda la ciudad a 20 km/h… sería muy cruel privar de mi presencia a tantos transeúntes. Me suelo dar un par o tres de vueltas. A veces me gusta proponerme juegos tontos mientras conduzco como girar únicamente hacía la izquierda o viceversa. Perseguir a la gente lo reservo para el fin de semana, cuando puedo darle la culpa a la coca de mis instintos sociópatas.

Poco después volví a casa y desayuné, normalmente pocas tostadas poco tostadas y muchas tostadas muy tostadas, sin complementos, quizá un poco de sal para aumentar su sabor. A media comida me invade un presentimiento y salgo corriendo de nuevo al lavabo. Jeje, aun quedaba algo de cena. Sigo comiendo hasta que tengo los dientes lo más sucio posibles, es ahí donde decido empezar la jornada laboral. La putada es que, en estos momentos, no tengo trabajo, así que vuelvo al váter, recojo el periódico lleno de jugos, a qué animal se le ocurriría tirar este tipo de impresos por la alcantarilla? Y vuelvo a la lectura, pero esta vez camino del bar. El bar queda a dos cigarros de mi casa, pero soy una persona sana y dedico la mitad del camino a fumarme uno y la otra mitad a desear otro. Mientras, leo la contraportada del famoso periódico que me recuerda lo mal que huele el mundo y decido de una vez por todas tirarlo al suelo y escupirle encima. Poco después oigo de forma irregular el adjetivo “marrano” a lo que dedico una sonrisa y un dedo corazón a tan apreciable persona. Llego al bar entre lamentos por fumarme otro cigarro y pido cambio para la máquina. Un ducados rubio y el cambio a la tragaperras a ver si echa algo la muy jodia. Me parece que éste es el único vicio al que nunca he estado enganchado a parte del opio, del que suelo fumar tres veces al año, nada importante. Me siento y, maldita sea, alguien me ha vuelto a chorizar el mechero. Pido disculpas a un caballero, que está sentado en un taburete y apoyado en la barra, por la interrupción y le preguntó si me deja el mechero. Su afirmación me despeja de dudas y decido preguntarle a otro. Con el cigarro encendido, vuelvo a la lectura, esta vez del diario del bar, no se crean. Una chica estupenda me pregunta si deseo algo, le miro las tetas con furia masculina y muy educadamente le pido un café largo.
No me gusta el café, nunca lo he soportado. Pero a los 16 todos mis amigos bebían café y no podía ir a un bar por la mañana con todas esas sanguijuelas con granos y pedirme un cacaolat calentito. Yo también quería ser mayor. Ahora, solo pido café para demostrarme a mi mismo que sigue sin gustarme. Lo escupo en el suelo y le grito a la camarera. Esto es un café?? Empiezo a enloquecer mientras aparece el dueño del local y me dice que no me preocupe, que me invita a comer, que seguramente ha sido culpa de la máquina que llevaba unos días haciendo el tonto. Veo como despiden a la camarera, tiempo después me dijeron que era madre soltera de mellizos a los que ha tenido que dar en adopción por falta de dinero. Soy la mar de divertido. Este espectáculo lo monto una vez a la semana en un bar diferente de mi ciudad. Consigo una comida gratis y me río un rato cuando se lo explico a la radio al llegar a casa.
Me sirvieron una ensalada verde y un plato de albóndigas, comida de currante. Para seguir con fuerzas el día. Me preguntan si querré café.-no, gracias, ya me he demostrado bastante por hoy.

A media tarde recuerdo que es el cumpleaños de mi hijo. Ayer tenía 3 años, hoy debe tener uno más sino me fallan las cuentas. A mi hijo lo veo poco por culpa de la ley, ahí está la razón de porqué la quebranto tanto. Cuando mi matrimonio se quebró, mi querida exmujer se lo llevó todo, alegando que tenía esquizofrenia múltiple y psicopatía. Total, que me dejó con el coche verde, cientos de deudas y dos gramos de speed. Nada más. La verdad, lo extraño es que me haya acordado del cumpleaños de mi hijo, al que nunca ejercí de padre por mi extraña enfermedad. Es lo que tiene tener una biografía en la que se menta más a gente muerta que a viva.

Decidí no comprarle nada, qué puede necesitar un hombre de 4 años de edad? Maquinilla de afeitar? Desodorante? Un par de tetas?
Pregúntenselo a él, aprendió a entender antes que yo.
Además, no quería parecer uno de esos padres que se cree que solo por acordarte del cumpleaños de tu hijo y regalarle algo carísimo te convierte en el mejor padre del universo. Yo cargo con mi pena de ser un irresponsable y un degenerado, pero hipócrita no soy.

Como no tenía más que hacer decidí pillar un gramo de ketamina para pasar la tarde.
Anduve con los ojos entrecerrados y el cuerpo dormido mientras miraba como pasaban las horas.
-Envuélvame el tiempo para regalo, es que es el cumpleaños de mi hijo.

Anduve dormido media tarde, sin ver más allá de mis pasos, tropezando con el ritmo de otros que sí tenían prisa. Pensando en el sentido de las palabras, de miles de palabras que recorrían mi cabeza, descubriendo errores de la vida que solo un loco puede deducir. Paseando por un mar de incertidumbre hasta la noche, hora en que decidí despertarme para salir a comprar más mierda.