martes, 27 de marzo de 2007

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Por tener,
hasta yo tengo.
Por amar,
hasta yo quiero.

domingo, 25 de marzo de 2007

Mi juicio

Conocí a mi juez en el 87, entre los escombros humanos que caminan sin cesar por las calles de cualquier ciudad. Me acuerdo que le grité des del otro extremo de la vía, pero no alcanzaba a oírme, parecía que tenía los oídos pegados al libro que sus manos portaban como símbolo de su cultura. Era normal, era juez. Empecé a correr torpemente detrás de él y me planté con un gran salto, y su respectiva caída, delante suyo. Me reincorporé, limpié con las manos mi vestimenta, me deshice de las gafas de sol y le mire atentamente con los ojos entrecerrados, como intentando recordar su cara en algún lugar o como probando de adivinar su nombre a partir de sus rasgos. Nos habíamos detenido justo en medio de la carretera y ahora éramos el eje central de dos carriles contrariados de vehículos fugaces hacia ninguna parte. Pero les vi la intención: todos los conductores levantaron su brazo derecho con rapidez y con una fuerza antinatural apretaron el centro del volante, mi ojo avizor conmovió la intuición para posar sobre los oídos mis aplastadas manos, pero eso no me salvó de la gran explosión sonora de bocinas de coche.
Y mi juez, aterrido, movía la boca como intentando hablar con un extranjero, no le entendía. Ni sus señas, ni sus movimientos, ni la salida orbital de sus ojos me interesaron lo más mínimo, solamente reaccioné cuando descubrí que intentaba tirarme debajo de las pesadas ruedas de aquellos coches.
Ya era demasiado tarde y yo rodaba y rodaba metros y metros hacia el norte, era un viaje sin rumbo, un viaje que antes de empezarlo ya había terminado. Vi a mi juez desaparecer sin darme explicaciones, cosa que me mareó. No tardó la calle en llenarse de decenas de transeúntes que volaban sobre mi alrededor y cuchicheaban sobre el porqué de mi suicidio.

viernes, 16 de marzo de 2007

Diario de un niño irresponsable

Había llegado la hora. Desde muy pequeño sabía que un día u otro tenía que llegar ese momento y, como quien no controla las agujas del tiempo, habían pasado los años a una velocidad astral. Era ley de vida, todos hemos pasado por esto y, los que no, que no se impacienten… llegará ese día y sufrirán. Hasta ese momento todo habían sido facilidades, la vida? Un juego para niños comprometidos por su pasado. Pero sería ahí donde se demostraría si ese juego le había servido para encontrar el camino hacia el gran agujero. Seamos sinceros, tenía un miedo de espanto y una mueca de irritación en la cara. Al parecer, ya hacía horas que tendría que haber pasado por esto, pero yo controlaba, después iré- me decía. Ahora era cuando se alargaba el sufrimiento.
Abrí la puerta muy despacio, como intentando no despertar a los temibles seres que religiosamente se escondían entre la maleza de aquel inhóspito lugar. La cabeza me empezó a supurar y los cabellos empezaron a enseñar pequeñas gotas de sudor que se mezclaban con el miedo. Alguien puso en marcha la cámara lenta y deseé tener las piernas más largas.
Me observé a través de un espejo mal posicionado y me di cuenta que había llorado, me sentí inútil. Las lágrimas, ahora evaporadas por mi cuerpo en ebullición, se asomaban a la ventana y pedían auxilio. Pero nadie me socorría, estaba solo y tenía que vencer la situación como pudiera. Y así fue, decidido di un gran salto y me senté en la taza del váter, ahora sería todo descanso.

domingo, 11 de marzo de 2007

Yo, la niña

Mis manos tiemblan al pensar en la situación en la que me encontraba.
Era ya de noche, casi mañana, y nadie dejaba escuchar lo que decía porque todos gritaban demasiado, mis lágrimas de sudor manchaban el suelo de hierba y mi corazón rebotaba contra sus paredes ofreciéndome el pánico personificado en mis propios ojos. Sentía la cruel necesidad de escupir contra el viento y vencer a mis pasos, pero me tenían paralizada, era una situación odiosa. Me sentía impotente y olvidada, no sabía la razón de todo aquello y eso me hacía enloquecer, era el extremo al que jamás esperaba llegar y miradme, soy una gota de agua en medio del desierto.
Las piernas se me tornaron moradas de la presión que sojuzgaba mi mente, quería gritar y no me dejaban. Estaba sola entre tanta gente, había llegado a odiarlos, porque fue aquel día cuando ellos lloraban de alegría por mi extraña humillación.
Sentía el frío por el cuerpo y el escozor por mi nobleza, se me erizaba el pelo solo de escuchar lo que jamás llegué a entender. Sus bocas mezclaban deseo y saliva, una combinación escalofriante que podía arrancar vidas y sueños inequívocos.
Mi cabeza se despojaba de sus neuronas y se convertía en esclava de pasiones ajenas, la noche disfrazada de brisa se cambió de acera. No eran muecas de histeria, sino de placer. (Un placer) que me parecía verlo des del fondo de un gran agujero, cabado especialmente para mi, tenía mis justas medidas.
Más tarde sería el aposento de la muerte de una niña, que lloraría aún más sabiendo que los peores ladrones habían llegado y le habían robado su inocencia.
19 de Abril de 2006

Sax Concert

Sonaba la melancólica melodía de un saxo tocado del ala en una de las salas donde suelo dedicarme a cerrar los ojos. Eran pasadas las dos de la madrugada de una noche de esas en que te olvidas de quien eres y tu conciencia se reduce a acertar con el cigarro en la boca. Había bebido igual que cualquier otro día. Mi mirada dibujaba el humo del tabaco al tempo de un blues de los 50.
De vez en cuando se me acercaba un hombre vestido de camarero que me preguntaba por mi estado a lo que yo respondía con un leve gesto con la cabeza sin apenas mirarle. Entonces se retiraba. Era mi único contacto con el exterior.
Al cabo de un largo rato que a mi me parecieron segundos, abrí los ojos y me di cuenta que el escenario estaba vacío. Hacía rato que la música había cesado y el resto del público se había marchado. Las luces se habían apagado y ya no había humo en los ceniceros. Rompí el silencio cuando me levanté de mi asiento y me dirigí al escenario sorteando las sillas que desordenadamente habían dejado. Me subí y vi el mundo desde muy lejos. Recorrí el escenario y me fijé que habían olvidado el saxo. Estaba apoyado en un soporte brillante, mirándome. Me retaba. No hizo falta pensármelo mucho. Me giré un momento para comprobar que el mundo seguía en calma y me uní a él.
Lo toque durante horas y en muchos momentos creí escuchar un llanto que procedía de su interior. No había nadie y estaba todo el mundo a la vez.
Entonces abrí los ojos de nuevo y observé que mi cigarro se había consumido, los músicos acababan la última pieza y aquel hombre vestido de camarero se me acercaba a preguntarme por mi estado. Esta vez, me levanté, le miré a los ojos y le dije que había sido el mejor concierto de mi vida.

Literatura Automática

Pum, pum Qué?? Oigo aquellos nidos de alamedas arcoirisadas y oscuras, igualito a mi libro de poesía, blanco como el viento y tétrico como esta historia. Cuatro yeguas vuelan bajo tierra, el manantial de la esperanza aun no ha dado a luz y se marchitará como la lluvia, como la lluvia Qué?? Peca y deja pecar, olvida y olvídate de mi, esa es la respuesta, a Qué?? Pregunta lo que sea… 3 puntos, a Qué viene esto? Símbolos, puntos, palabras, engaño y alquimia, oro mezclado en agua y tierra en lodo. Trueques malditos por el demonio, tu libertad, mi alma… la inmortalidad de los insectos y el despertar de lo antihumano, poco queda no artificial… tiempo, pasa el tiempo, siempre pasa, antes o después, pero siempre acaba la fracción en la que me intereso, paso del interés. Sigues aquí?? Por Qué me inundas con tu presencia?? Existencia?? Inhibición de cuadros perpetuos y escaleras a las nubes, un cenicero lleno, a rebosar, esperando la última calada para volcar. Cuatro o eran cinco yeguas?? Qué más da?? Enfado?? Para nada… Armonía, melodía… la música es del diablo. Satán!! Original hasta retrocederle a la vida, que puedes ofrecerme?? Vamo, niñia, que s’acaba!! A 3 euróo… deja los puntos. No sigas. Qué es esto?? Símbolos, comas, puntos; interesante.
Me muero?? Ah.., noo, es la vida !! Por Qué?? No preguntes, no intentes responder, es imposible! la nieve del Cáucaso ha llegado a la cumbre de su cabello hambriento. Aún sigues ahí?? Huye! El príncipe está a punto de llegar, se oyen gritos de los Capuleto y Teobaldo ha muerto!! Es para ti el destierro pero para mi el recuerdo!! Qué es peor?? Peor es seguir aquí, huyo ya. Pero que mi huida no sea ni por temor ni por espanto, sino por responsabilidad, yeguas y punto.
7 de diciembre de 2005

Para nadie.

He visto espectros de gente muerta
que cree vivir, de invisibles que
se pasean por las retinas de mis ojos,
de nadas que creen ser algos que nunca serán.










domingo, 4 de marzo de 2007

El teléfono muerto

Tomando un descanso aparecí en un bar en el que nadie aparentaba conocerme. Pasé un largo rato bebiendo una taza de café vacía que, encima me había servido fría una chica a la que juzgué por los ojos. Nadie hablaba. Todo se mantenía en una calma difícil de comprender en un bar a las ocho de la tarde. Había un par de hombres cincuentones que jugaban a la maquina, pero sin luz ni sonido. No era un espectáculo sino una manera de dejar atrás al tiempo.
Como aviso de Dios sonó el teléfono, un estridente sonido que recorrió todo el bar en mi busca. Una, dos, tres veces… la camarera no lo atendía. Era un bar de locos, el teléfono no estaba a más de un metro de ella y parecía que ese fuerte sonido no entraba en su comprensión. Mi angustia fue creciendo a medida que el teléfono sonaba. Su ruido me entraba por el cuerpo y me martilleaba la cabeza, gritaba cada vez más fuerte. Empecé a sudar y el teléfono me miró y siguió gritando, pero ya no solo era un pitido de aviso; el aparato gesticulaba mi nombre. Me levanté y, en silencio, tiré sin darme cuenta la taza de café que quedó esparcida por todo el suelo. Yo me dirigía a la puerta para escapar de mi mismo cuando, de pronto, como si nada, la camarera lo cogió y con un tono indiferente preguntó quien era. Tapó el auricular y preguntó en voz alta si existía un tal Alejandro. Me quedé helado, nadie sabía que estaba aquí. Como me habían encontrado? La camarera volvió a preguntarlo y le hice un gesto con la cabeza, me dirigí hacia la barra y, en voz baja, le dije que era yo. Me ofreció el aparato y, lentamente, me lo puse en la oreja.
-Don Alejandro?
-Si, soy yo. Quien es?
-Llamamos del cementerio. Nos gustaría saber porque hoy ha hecho campana.
Por lo que poco después me dijeron, caí en el suelo. Rígido, frío y sonriente; como un muerto.

sábado, 3 de marzo de 2007

El asesino

El otro día conocí a un asesino. Era algo extraño, nunca había conocido a ninguno. Tenía una gran cabeza donde vivían dos ojos, una nariz y una boca. Creo que también tenía dos orejas. Le pregunté si esas eran las herramientas con las que trabajaba, afirmó con la cabeza y me señaló sus manos. Todo me resultaba sorprendente. En cierto momento me preguntó si quería que le mostrase como trabajaba. Le dije que sí violentamente. No se le ocurrió a quien matar y como estábamos en mi casa le ofrecí la opción de matar a mi hijo. Fuimos a su habitación, donde jugaba con los deberes y el asesino le clavó una navaja que llevaba en el bolsillo y de la que aun no me había percatado de su existencia. Pero algo le salió mal. Mi hijo, con la navaja en el pecho, no caía al suelo y el asesino tuvo que sacarla y volvérsela a hundir, esta vez en la cara. Ahora si que se derrumbó. Me quedé levantado, algo decepcionado por la poca profesionalidad del asesino. No sabía qué decir. Me miró algo avergonzado y se excusó diciendo que no acostumbraba a trabajar con niños pequeños.
Tenía que solventar mi mal sabor de boca, así que le comenté la posibilidad de volver a probar, esta vez con mi mujer. El asesino asintió con la necesidad de demostrarme que estaba a la altura. Caminamos hacia la cocina y encontramos a mi mujer tendida en el suelo, sollozando desesperadamente con las lágrimas llenas de ojos. La levanté del suelo y la presenté ante el asesino que cogió su mano para besarla. Le marcó la huella de sus labios con sangre caliente de mi hijo, a lo que ella comenzó a gritar como una loca. Fue entonces cuando el asesino la golpeó con un martillo que sacó de su bolsillo y que tampoco había visto. Pero mi mujer no murió, yacía simplemente aturdida en un baño de lloro. Fruncí el ceño y miré, desolado, al asesino. Éste, avergonzado transformó su cara hasta romper sus rasgos habituales, entonces asestó nueve nuevos golpes a mi mujer que dejó de llorar de pronto. Me enfadé y le dije que me esperaba mucho más y que un asesino de verdad hubiera acabado el trabajo de un solo golpe y que eso también podría hacerlo yo. El asesino se ofendió y me dijo que él era un profesional y que el hecho de que hubiera fallado era por su poca experiencia en trabajar con mujeres. Ante esta respuesta quise probarlo de nuevo ofreciéndole a mi padre, cosa que desdije rápidamente por creer que el asesino se estaba obsesionando con el tema; no quería hacerle sentir mal. Retiré mi propuesta pero el asesino insistió en que debía mostrarme su profesionalidad y se dirigió al comedor donde mi padre dormía serenamente. El asesinó alzó un cuchillo de cocina que no vi como había cogido y le rajó el cuello. Pero mi padre no murió. Furioso, el asesino comenzó a asestar puñaladas mortales en todo el cuerpo de mi padre hasta que cayó deshecho en el suelo.
Me cansé, le dije que no era un asesino de verdad y él volvió a repetirme que no era su especialidad trabajar con viejos. Me dijo que normalmente mataba a hombres crueles, sin piedad que no sentían aprecio por nada ni por nadie y que no sufrían el dolor de los demás. Me asusté un poco al ver que, de su espalda, hacia aparecer un revólver que tampoco había visto. Lo cargó y volvió a repetirme enfurecido que él era un asesino de verdad. Acto seguido se apuntó a la cara y disparó. El asesino quedó tendido en el suelo, pero no estaba muerto, simplemente se retorcía como un gusano al que acaban de mutilar.